Mientras que los ciudadanos de la capital imperial estaban celebrando al vigésimo séptimo discípulo personal que el Dios de la Guerra había elegido en cinco mil años, en la lejana Provincia Administrativa del Noroeste, Linley y el experto de nivel Santo, McKenzie, estaban charlando alegremente sobre el vino. Esa noche, ellos se preparaban para batallar.
Esa noche, la luna curva colgaba alto en el cielo, su tenue resplandor plateado cubría el mundo, haciendo que pareciese como si el mundo entero hubiese sido cubierto por una capa de gasa.
En lo alto de la pequeña montaña desolada fuera de la capital provincial de Basil, Linley y McKenzie estaban caminando hombro con hombro, con Bebe sentado en el hombro de Linley. Los otros no vinieron.
El único testigo de esa batalla sería Bebe.