Roland se calló.
Phyllis tenía razón. Para Roland, las sensaciones eran algo tan natural que casi las consideraba como elementos inherentes del mundo. En cuanto a su sueño, debido a su extrañeza y falta de plenitud, lo vio como un mundo ficticio creado por su imaginación. Para Phyllis, sin embargo, este mundo era su tierra de ensueño. Era la luz al final del túnel. Sin importar las trampas y los esfuerzos que la esperaban, Phyllis haría todo lo posible por alcanzarlo.
Si su intrusión era realmente un accidente que no se repetiría y si ella simplemente se marcharía así, probablemente perdería algo más allá de la imaginación de Roland. Si los dolores eran lo único que Phyllis experimentaría en este mundo de sueños tan perdido, sería demasiado cruel para ella.
Roland dejó escapar un suspiro. Finalmente, tomó la mano de Phyllis.
—Ya veo. Vamos a hacer la prueba en la noche.