Terminado el primer acto de amor, Anna descansó su cabeza en los brazos de Roland y se acurrucó contra él como un gato.
—Su alteza, es tan bueno... haberlo conocido —le susurró ella. Su respiración acababa de volver a la normalidad después de tanta emoción.
—Llámame Roland —le acarició el pelo largo y sonrió—. No hay nadie más alrededor, de todos modos, y nunca te he escuchado decir mi nombre.
—Ro... land.
—Buena chica —le hizo cosquillas en los oídos hasta que ella se echó a reír, y luego exclamó—: En realidad... soy yo quien debería haber dicho eso. En el pasado, nunca imaginé que conocería a una chica tan brillante como tú.
—¿Ni siquiera en el palacio?
—No —Roland negó levemente con la cabeza —. A veces, incluso creo que estoy soñando.
Anna permaneció en silencio por un rato, y luego se acurrucó más cerca de Roland antes de decir:
—Estoy aquí y no voy a ninguna parte.