—¡Vete! ¡Mendigo asqueroso!
Alguien la empujó con fuerza, pero ella se quedó quieta. Vio como la otra persona se tambaleó y retrocedió un poco. La pomposa expresión en su rostro desapareció. Él la miró y se fue.
Ella continuó moviéndose entre la multitud con indiferencia. La mayoría de la gente frunció el ceño y la evitó cuando vieron su ropa harapienta.
Había enjambres de personas. Aunque la Ciudad Interior no tenía una muralla y una puerta tradicionales, la gente había construido una entrada simbólica compuesta de madera y coronas. Guardias blindados estaban de pie a ambos lados de la puerta. Su exquisita armadura reflejaba una luz deslumbrante bajo el sol. Los vívidos adornos de águila, el iris en relieve en sus pechos y el hermoso rostro de los caballeros, hicieron que todas las chicas chillaran de emoción.