Bajo el sol de la tarde, la brisa cálida y suave soplaba en la habitación, levantando los pocos documentos dispersos junto con el pelo de Tilly.
Podría haber sido su molesto pelo el que se le había clavado en el ojo, o podría haber sido por alguna otra razón, Tilly sintió repentinamente que sus ojos se volvían agrios. Pero aun así, no se atrevió a cerrar los ojos, temiendo que la escena ante ella pudiera desaparecer una vez más.
La otra parte no planeó darle la oportunidad de mirar aturdida.
Tiró su equipaje al suelo y dio grandes pasos alrededor del escritorio de caoba, luego sacó los brazos y agarró a Tilly en un abrazo.
Sentir la sensación firme y vívida de su ropa hizo que Tilly se diera cuenta de que lo que estaba enfrentando... no era ninguna ilusión.
—¿Ceni... zas?
—Soy yo. —Cenizas se adhirió a sus mejillas—. Cuánto tiempo sin verte.
En el instante en que escuchó la voz de Cenizas, la visión de Tilly se nubló.
