La alabarda era el artefacto semi-divino de orientación ofensiva que había obtenido del hombre de mediana edad. Naturalmente, no descuidó domesticarla en su camino hacia allí, y la única razón por la que no la había sacado hasta ahora era porque la había plantado de antemano para agredir al enemigo en caso de que éste intentara escapar.
Si el viejo hubiera estado a pleno rendimiento, no habría funcionado un ataque así. Sin embargo, sus graves heridas y la corrosión del aire de degeneración habían reducido la capacidad de lucha del anciano a menos de una centésima parte de lo que era, sin mencionar que el anciano había dedicado las dragas de su fuerza a escapar.
Aunque el anciano había logrado evitar que le pincharan la cabeza, la alabarda se aseguraría de que la otra parte no pudiera escapar.
¡Putong!
Incapaz de soportar el impacto de la alabarda, el anciano cayó en el agua, causando que una alta columna de agua se elevara en el aire.
¡Wuuuuuuuu!
