En diferentes partes del Mundo de Oly, cien rayos aparecieron de repente, rayos que traían consigo una nueva era.
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Cerca de la zona donde cayó uno de esos rayos, se encontraba una gran ciudad construida sobre una isla en medio de un lago, esa ciudad era una de las más importantes de la región, y, sobre un monte que se encontraba en medio de la ciudad, se situaba el Castillo de la Guerra, llamado así en honor al Dios que la gente de esta ciudad rezan cada mañana.
"No puede ser… no ahora, por favor, no ahora." – dijo un hombre guapo, largo pelo de color rubio, vestido con ropa blanca y elegante con detalles de oro, y en su mano derecha tenía un guante de color rojo con una joya carmesí en medio de ella que brillaba.
Él se encontraba en una habitación que había en lo más alto del Castillo de la Guerra, era su recamara, y al ver desde su balcón el rayo caer a lo lejos, se mostro sorprendido y atemorizado, era algo que no pensó que vería en su vida, por lo que rápidamente bajo rumbo a una habitación que había unos pisos abajo.
"¿Padre?" – en el camino, se encontraría con su joven hija.
"Dalia." – una bella joven con un hermoso pelo largo de color rosa, que portaba un simple pero valioso vestido blanco, y con sus ojos de color rosa, ella miraba a su padre preocupada, nunca le había visto así, tan nervioso y apurado. – "Lo siento hija, necesito ir a hablar inmediatamente con tú abuelo."
"Pero padre, tú mismo dijiste que debíamos dejar al abuelo descansar, que nadie ni siquiera tú debía de molestarle."
"Lo sé hija, pero esto… es una emergencia." – dijo el hombre que rápidamente volvió a seguir su camino, desapareciendo rápidamente de allí.
"¿Padre?" – la joven se encontraba preocupada por su padre, no sabía que clase de emergencia podía dejarle así, después de todo, su padre no era cualquier hombre, y era además alguien que había visto y enfrentado demasiadas cosas en su vida.
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En una lujosa habitación, un hombre se encontraba descansando en una silla mecedora, cuando de pronto, el padre de Dalia apareció.
"¡Padre!"
"…"
"Padre… yo… lo siento, pero necesito de tú ayuda." – dijo el hombre que se arrodillo en frente del viejo hombre de pelo canoso quien entonces abrió sus ojos de color gris.
"¿Qué sucede Albert?" – preguntó el viejo hombre con una voz leve.
"Padre… el día ha llegado."
"¿Día?"
"Lo que me contaste el primer día en que me convertí en el Gran Lord de Ambrosia, lo que me dijiste aquella noche, ¿Te acuerdas?"
"Yo…" – el viejo hombre cuyo antiguo pelo rubio ahora se encontraba canoso trato de recordar. – "Ah, ya veo… la Era del Caos finalmente ha comenzado."
"Sí, he visto un rayo de color dorado caer… un rayo que era… divino…"
El viejo hombre miro a su hijo, y volvió a cerrar sus ojos.
"Padre…"
"Así que los Elegidos finalmente han llegado a nuestro mundo."
Albert se quedó callado, esperando a ver que más diría su padre quien seguía meciéndose con la silla.
"Albert, como bien lo sabes, la información acerca de la Era del Caos ha sido pasado de Gran Lord a Gran Lord, de padre a hijo, yo te lo dije a ti, mi padre me lo dijo a mí y mi abuelo se lo dijo a mi padre, y así sucesivamente." – dijo el viejo hombre. – "Desde la era en que los dioses caminaban entre nosotros, se nos dijo que, en el momento de más necesidad, cien personas llegarían a nuestro mundo, cien… Elegidos."
"…"
"Cien Elegido por los Dioses para gobernarnos a todos." – el viejo hombre entonces miro una vieja pintura donde se le retrataba a él a lado de una mujer y de dos pequeños niños, uno de esos niños era Albert. – "Sí, los Dioses dijeron que ellos serían los indicados para llevarnos a una nueva Era Dorada de Prosperidad, una era en la que nuestros enemigos dejasen de existir, en donde las Ciudades-Estado sean dejadas atrás mientras las naciones vuelven a florecer."
"Sí, pero… con ello un gran costo debe de suceder primero."
"Guerra."
"No solo guerra, sino muerte y caos en todas partes, maldición padre… no creí que me tocaría a mí tener que lidiar con esto, no sé sí estoy listo."
"Debes, tú eres ahora el Gran Lord de la Ciudad-Estado de Ambrosia, Señor y Amor de Gran Ambrosia, uno de los Doce Gran Lores del Continente, y es tú deber proteger a Ambrosia de la destrucción que viene en camino."
"¿Pero… cómo?"
"Depende." – dijo el hombre que miraba los ojos azules de su hijo. – "Habrá muchos Grandes Lores que no aceptarán la llegada y presencia de los Elegidos, no dejaran que ellos obtengan el poder y gloria de la cual ellos han tratado de conseguir por años, es muy posible que muchos Grandes Lores combatan contra los Elegidos."
"Entonces, los Elegidos no tendrán posibilidades, todos los Grandes Lores poseen ejércitos, ningún Elegido podrá sobrevivir inclusive contra un ejército, ¿Verdad?"
"No lo sé, pero, al igual que habrá Grandes Lores que los rechazaran, habrá otros que los aceptaran y ayudaran, lo que podría ocasionar que guerras comiencen a haber a lo largo del continente, guerras con la magnitud que no se han visto desde la Era de la Perdición."
"No puede ser…"
"Y eso solo entre los Grandes Lores y los Elegidos, ahora imagínate sí nuestros enemigos salen de su escondite y entran en la contienda… caos total."
Albert sabía que su padre tenía razón, la Era del Caos había llegado, y pronto, las batallas y guerras comenzarían.
"Debo enviar a Dalia y Alex a la Ciudad Sagrada de Altar, no puedo dejarlos aquí."
"En lo cierto estas, en un principio, no hay lugar más seguro que las ciudades sagradas, no creo que ningún Gran Lord se atreva a atacar una ciudad sagrada, en especial una Ciudad Sagrada del Dios de la Guerra."
"Sí."
"Aun así, la Ciudad Sagrada de Altar está algo lejos, y no sé si alguno de mis enemigos quiera aprovechar la situación para atacar… además, debo reunir a mi ejército y preparar las defensas de la ciudad."
"Y, ¿Gran Ambrosia?"
"No lo sé, la Alianza de Gran Ambrosia es útil, en tiempos de paz mi ejército era capaz de cubrir y defender bien Gran Ambrosia, pero con esta nueva era que se viene… podríamos ser atacados por cualquiera."
"Hm, sí no recuerdo mal, las Ciudades-Estado más poderosas cerca de Gran Ambrosia son la Ciudad-Estado de Millenium y la Ciudad-Estado de Esmeralda… ¿Qué tal las relaciones con ellos?"
"Como bien sabes, desde la época de mi abuelo no hemos tenido más que problemas con Millenium, y respecto a la Ciudad-Estado de Esmeralda, son más poderosos que nosotros, pero ni siquiera el Gran Lord Phoenix se atrevería a atacarnos solo con su ejército, necesitaría aliados de confianza, después de todo, al norte de Esmeralda se encuentra la Alianza de la Gran Fuerza Humana comandada por la Ciudad-Estado de Ares, la Ciudad-Estado de Midgard y la Ciudad-Estado de Lagos."
"Esmeralda y Ares… pesos pesados, en especial Ares."
"Sí, por eso, no me preocupa mucho que Phoenix se atreva a atacarnos…"
"Pues piensa bien lo que vas a hacer Albert." – dijo el viejo hombre. – "Ahora, vete, que necesito descansar."
"Padre, te necesito."
"Ja, Albert, ya eres el Gran Lord de Ambrosia, un hombre de 78 años, tú ya te puedes cuidar por ti mismo, y es tú deber, no el mío, en proteger Ambrosia y a su gente."
"…" – Albert no dijo nada, solamente se inclino en señal de respeto a su padre, y salió de la habitación, volviendo lentamente a su oficina, todos los sirvientes y guardias que le veían notaban depresión y estrés en su rostro.